Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

jueves, septiembre 29, 2005

Pues bien, sigamos en el mundo de las algunas letras... con eso de que escritora no soy, tampoco filósofa, ni historiadora, ni demógrafa, ni nada, pues en mi vida he decidido no darme más títulos que ser una persona.

Ahora que he tenido muchisisísimo trabajo y que ni para pensar en escribir en este blog me ha rendido, he decidido escribir una de las fábulas de Augusto Monterroso, ya que como él mismo anuncia al principio de su libro que "los animales se parecen tanto al hombre que a veces es imposible distinguirlos de éste" (de K'nyo Mobutu). Claro que supongo que lo de hombre se refiere a la "humanidad", eso dicho por los mismos hombres, claro está, aunque pensándolo bien, puede ser que sólo se refiera exactamente a los hombres...

Bueno, pues para no atentar contra la animalidad de los hombres... transcribiré la fábula de La oveja negra:

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue Fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápdamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Lo más curioso de esta fábula, no es en sí la misma, sino que muchos de los jóvenes universitarios no lo entienden y dan explicaciones de lo más extrañas acerca de ella...