Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

domingo, febrero 21, 2010

¡¡Heeeyyyy!! También tengo una vida...

Para qué relatar que estos meses han sido de trabajo muy intenso porque los que siguen estarán en igualdad de condiciones, así que no tiene caso. Sin embargo, no quiero que pase más tiempo sin contar la forma en que me asaltó el señor X en la noche del día último de 2009.

Todo ese día, sola en mi casa, estuve cocinando. Dos pollos al horno, unos champiñones en vinagre de vino, arroz parecido al cantonés y un jamón con una receta media extraña donde tenía que hervirlo en verduras y menjunjes para luego hornearlo. Se me hizo tarde, hubiera querido que en el inter estuviera más gente conmigo, como mis hijos, pero no, estuve preparando todos los platos viendo diferentes canales de televisión. En lo que busqué unas prendas para que mi hija se pusiera de ropa, lo cual fue bastante difícil, no podía creer que estuviera sufriendo buscándole ropa; además de envasar toda la comida en diferentes "topers", me dieron las nueve de la noche. Fue cuando empecé a subir y acomodar las cosas al carro. Yo lo había dejado afuera porque para qué meterlo al estacionamiento si me iba a ir más tarde, pensé. El caso es que en una de las salidas, ya casi con todo afuera, yo me encontraba agachada acomodando un refractario cuando sentí que me abrazó alguien. Yo voltié y dije: ¡Ah me asustaste! Pero quise como morirme cuando me percaté de que no conocía a esa persona, me quedé paralizada, callada. El fulano vestía chamarra negra, pantalón de mezclilla, era flaco, tenía cabello oscuro y bigote. -A ver, dijo, dame todo el dinero que traigas, dame todo lo que traigas. Seguí callada, metí las manos a los bolsillos del abrigo, no traía nada, mi bolsa la había dejado justo en la entrada de la casa, de hecho, es lo último que siempre saco. Me fui alejando del carro y del fulano paso a paso, él empezó a abrir las puertas y a buscar a ver qué traía. Ya cuando estaba yo como a unos tres o cuatro metros empecé a correr y a gritar como loca. -Señora Yuli, señora Yuli, ayúdenme, ayúdenme. No salía nadie, -oh Dios, pensé, nadie va a salir, nadie me ayudará. Salió una señora de una casa y unos hombres que habían llegado en un carro me ayudaron. Fueron a mi casa, la señora trató de calmarme. Para los minutos que habían pasado ya estaba yo llorando. El fulano se había ido cuando llegaron mis refuerzos. Se metieron a mi casa, a ver si no estaba adentro y nada. Había desaparecido. Fue todo muy rápido. A los cinco minutos llegó un comando de la policía encapuchado y armado hasta con los dientes, encañonando no se qué pistolas y armas. Han de haber andado cerca. Pensé que estaba a merced de ellos. También revisaron la parte de atrás de la casa y no había rastros del señor X. Fue cuando me di cuenta que se había llevado el botín de dos botellas de vino. -Ah, dijo uno de los encapuchados, era un chupitos. -¿Le pasó algo?, se oyó una voz de mujer, -No, respondí, aparte de la agasajada que me dio el fulano, no, no me pasó nada. Se escucharon algunas risas y otro comentó: -cómprese un perro doña. -Bueno, lo haré, dije. Se fueron en sus dos trocas y yo arranqué en mi carro a la cena de año nuevo. No tuve mucho apetito.

Fue una fortuna que el señor X no trajera pistola ni navaja, quizá otra fuera la historia, claro que el susto nadie me lo quitó. Duré días sin poder dormir en la casa. Posteriormente, la segunda semana de enero estuve en la ciudad de México. Llegué con mis amigas la Lore y la Areli, pero tuve que irme a otro lugar porque no podía con la alergia a Dardel, su gato. El asma era insoportable, pero creo que más que el gatito, fue la acumulación del susto del asalto sumado a la alergia y a una especie de catarsis. Un día que subía las escaleras para entrar en el metro me quedé sin aire. Me sorprendí buscando mi spray Ventolín en la mochila, desesperada, con movimientos torpes, pensando en que me iba a morir ahí sola y nadie iba a saber quién era. Otros días me puse a caminar por el centro de la ciudad, cuadras y cuadras viendo las tiendas hasta que me dolían las piernas. Aun con el asma seguía caminando. Ya de regreso en Tijuana estuve nebulizándome por bastante tiempo. El asma me duró como otro mes. La suma de la carga de trabajo, el frío y la lluvia, la alergia a los mininos, más el susto del asalto fue implacable. ¿Qué hacer? No hay más que calmarme.

Lo más triste de todo esto, creo, es el hecho de que anden individuos viendo a quien asaltan o sacando lo que se pueda a quien se les pare enfrente es pan nuestro de cada día en Tijuana. ¿Cómo es posible que me haya ido tan bien porque no sacó una pistola o un cuchillo?, ¿cómo es posible que me sienta afortunada por ello? La crisis económica y de seguridad ha llegado a todos los niveles y a todos los sectores de la población. Amanecer y estar seguros de que mataron a una o varias personas por la razón que sea es patético. Cada día estamos peor y vivir así no es precisamente vida.