Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

sábado, marzo 03, 2012

Una de las cosas que me aterran de estar sola con mis hijes son los posibles accidentes. Hasta ahora hemos hecho simulacros de posibles circunstancias telúricas. La estufa es un área controlada: no la prenden (aunque ya le estoy enseñando a mi hijo el peque). Pero hoy mi hijo insitió en comerse un taco que quedó de anoche todavía envuelto en papel aluminio. Yo desde la recámara grité: "no vayas a meterlo con el alumnio". Pero cuál fue la sorpresa cuando el micro ya estaba prendido y con lucecitas adentro. El chamaco estaba allá alejado en un rincón de la sala gritando como loco, la niña también gritaba y yo corrí como loca a la cocina a ver qué estaba pasando. A ciencia cierta no sabía qué hacer. Pensé en microdécimas de segundo en diversas formas de apagarlo. Pero la instintiva fue abrir la puerta del microwave. Y todo acabó. Primero abracé a mi hijo porque los dos estábamos asustados. Después le expliqué al niño que no debía gritar, sino que debía ver qué se podía hacer, si nada estaba en las posibilidades había que salir de la casa, como en otras contingencias. Cuando saqué el taco ya estaba prendiéndose una partecita del papel. Afortunadamente nada pasó. Todo fue muy rápido. Le expliqué al niño todo lo que nunca se debía meter al micro. Pero todos aprendimos la lección... Uufff pensé, no saben de lo que yo he sido capaz en el pasado... Recordé una vez que dejé una olla de chocolate prendido en otra casa donde viví. Todo el día desde la mañana estuvo hirviendo hasta en la tarde noche que llegamos. La casa olía a chocolate quemado. Tiramos la olla porque ni siquiera pudimos quitarle la tapadera, estaba a punto de reventar. Llegamos y la placa de la estufa seguía prendida, no recuerdo todos las palabras e injurias que recibí por ese error. Quizá todo fue de los nervios, pero yo no escuchaba, sólo pensaba lo que pudimos perder, nuestras cosas, los libros, la casa... y de cómo se me pudo haber olvidado apagar la estufa. Me sentí tan culpable. La lección la aprendí. Por ello eternamente reviso la estufa antes de irme y si no recuerdo que lo hice me regreso.  Ahora no fue igual.  A cargo estoy y esta experiencia sirve para seguir mejorando y haciendo énfasis en los canales de seguridad en una casa con niñes. Mi recomendación a los pocos lectores es que si tienen niñes a su cuidado, no los subestimen y les expliquen desde muy pequeños cosas que pueden hacer en caso de.. y lo que deben y pueden usar...