Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

domingo, septiembre 06, 2015

Iba subiendo con todo lo que tenía, mis manos, mis pies, girando la cabeza, moviendo el cuerpo, una pierna a la vez. El cerro tenía raíces a las que podía asirme y apoyarme. No obstante al voltear hacia abajo vi una piedra con figura romboide que en su momento había tocado y visto muy grande desde cerca. De arriba se veía ya pequeña. Sentí miedo, pero no me iba a dejar vencer. De pronto, ya que iba a mitad del camino, me distrajo un ave que distinguí como águila, Me pareció que volaba demasiado bajo para ser un águila y muy cerca de mí. El ruido que emitió hizo que volteara y no fijara mi pie derecho en una raíz muy pequeña que sobresalía, por lo que resbalé y no me sostuve de manera fuerte con las manos. Rodé hacia abajo y casi llegué al pie del cerro. Estaba toda llena de tierra y pequeñas ramas. También noté que una rodilla sangraba. Nunca había caído de esa forma, pensé que no sería ni la primera, ni la última. ¿Ya acaso me iba a dejar vencer un cerrito? En definitiva no, pero sí pasarían algunos meses para volver a intentarlo...