Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

martes, noviembre 03, 2015

Quiero decir que me encanta el Halloween. Salir a pedir dulces, los disfraces, el conteo de los dulces, es como una fiesta que desde que tengo uso de razón, es parte de las actividades que hacemos como familia una vez al año. Primero con  mi mamá y mi hermana, hace muchos, muchos años y después con mis hijes, ahora desde el año pasado, con mi hijo únicamente. También procuro disfrazarme. En algunas ocasiones y juntando el evento con el día de muertos, me he vestido de catrina. Como la patria en otros años ha estado pobre, en esos, me visto de bruja, ya que es fácil y barato. Este año en honor a los Star wars, me vestí de la princesa Leia moderna (con pantalón, ya que no encontré la túnica), ah, aunque me faltó la pistola. Asimismo me sentí indignada cuando algunos osaron decirme que si me había vestido de Frida Kahlo, de la Puka y creo que lo peor, fue haberme dicho que si era la Popis, del Chavo del ocho... ¡Plop! pensé... (jamás me hubiera caracterizado con alguno de los personajes del Chavo)... Los que sabían quién era fueron gente de mi edad y uno que otro de generaciones más jóvenes, uff, dije, ya estoy ruca. Pero de ahí en fuera, estuvo muy bien la pedidera del triqui triqui. En esta ocasión, el saldo de dulces por mi hijo fue de 143, de ellos 41 eran paletas de diferentes colores y texturas, 22 eran dulces contenidos en bolsitas y paquetitos, 17 de chocolates y mazapanes y por último, 63 dulces, entre de chile, chiclosos y de diferentes sabores.

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