Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

lunes, enero 19, 2004

La Virginia es una de esas mujeres que están medias locas. Entre que cree ser el ombligo del mundo, entre que es una insegura y necesita de constante apapacho y protección. A sus amigos prodiga besos y abrazos, pero ellos sólo le siguen la corriente. A la Virginia le hace falta un tornillo y ella lo sabe.
El otro día iba caminando por la calle y se topó con una moneda. Lo primero que hizo fue hincarse, extender sus brazos y rezar el padrenuestro. La gente sólo volteaba a verla y le sacaba la vuelta. Un niño hasta se asustó y se escondió tras la falda de su mamá hasta que se alejaron de ahí. A la Virginia no le importaba que la vieran, ella creía en la buena suerte de la moneda de diez pesos que se encontró y no iba a desaprovechar la ocasión para dar gracias al cielo. Así de mocha era la Virginia.
Ha tenido varios novios, pero ella afirma que a todos los ha dejado por otro. Ella dice creer en la virginidad y piensa llegar al altar de blanco. Esto les dice a los novios que ha tenido. En las condiciones de locura de la Virginia, no se sabe con certeza si los ha asustado o realmente los dejaba por otro. Lo cierto es que está sola y siempre reparte saludos y besos.

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