Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

sábado, enero 24, 2004

No puedo evitar sentirme bien cuando me preguntan mi edad. La razón es que en apariencia, me veo de menos años. Claro, esto es parte de mi ego más profundo. Cuando lo hacen, cuando me preguntan: -¿cuántos años tienes? es que te ves muy chica. Yo contesto siempre con una sonrisa de oreja a oreja que de cuántos años me veo. Me bajan unos cuatro o cinco años, generalmente. Pero ayer, me bajaron ocho. ¿Ustedes se pueden imaginar??? ocho años menos. -No, soy tragaños, contesté, sin dejar de ensanchar mi ego hasta el techo y agregué cuál es mi edad real.
Ah, pero no siempre lo anterior fue asi. Alguna vez tuve dieciséis años y a mi me gustaba un muchacho de veintidós. Fue catastrófico porque el individuo nunca se fijó en mí debido a que parecía como de trece. Nunca entendí en ese momento por qué no podía gustarle a un muchacho de esa edad, si no nos llevábamos tantos años, eso pensaba. Posteriormente al transcurrir el inevitable paso del tiempo, esto en vez de ser una desventaja -el aparentar menos edad- se ha convertido en lo contrario: una animosa virtud que me levanta el ánimo. Al rato dirán que mi hija es mi hermanita menor, a lo que será una tentación no rehusarme a contestar de manera afirmativa.

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