Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

lunes, febrero 16, 2004

Viví en Guadalajara de mis 7 a los 11 años. En algún momento cercano a la primera edad, es decir, entre los 7 u 8 años, mi amá nos llevaba con regularidad a casa de una pariente de ella, su prima o algo así: con mi tía Mina. Mi hermana y yo siempre jugábamos con los hijos de mi tía en donde se pudiera, en la banqueta, la cual era ancha ancha... (no se si todavía existan banquetas así, hace años que no he ido a Guadalajara); adentro de la casa; además de recorrer las calles, darle vueltas a la manzana y participar en actividades de los primos. Una de estas últimas, fue asistir a la doctrina.
Recuerdo bien que fuimos una vez a tomar la doctrina con mis primas la Tere y la Peque. Nos separaron por edades -eran muchos niños y niñas- y a mí me tocó en un salón con un chamaquero que apenas cabíamos. Yo no conocía a nadie. Recuerdo que la instructura o catequista, una señora de alrededor de 45 años (bueno desde mi perspectiva tenía esa edad) estaba explicando el primer libro de la biblia y lo más elemental de la doctrina católica: la historia de Adán y Eva. Ella decía que la raza humana provenía de Adán y Eva, que Eva había sido hecha con una costilla de Adán, etc., etc. El chamaquero estaba callado escuchando a la señora. Pero yo ya había oído hablar de la teoría de la evolución de Darwin, de hecho en el museo de la ciudad hay o había un mural con los tipos de especies previos al homo sapiens. Ante tal conocimiento, pensé en ello y levanté la mano para hacer la siguiente pregunta: -oiga, ¿que no venimos del chango? La señora primero puso cara de admiración, después se empezó a reir y a decirme que no, que esas eran patrañas para que la gente no creyera en lo que se escribió en la biblia, libro sagrado con la verdad sobre dios.
Lo anterior no me indignó tanto como cuando ya terminada la doctrina, estábamos en el patio de la casa todos formados y la señora empezó a decir que una niña había afirmado que veníamos del chango, riéndose y burlándose. Para terminar el cuadro, una niña atrás de mi, le comentó a su mamá señalándome y tapándose la boca con una risilla: -esa es la niña que dijo eso. Yo, indignada, me fui con mis primas sin terminar de entender la burla por haber cuestionado tan "importante" dogma católico.
Ahora pienso que les niñes que se atreven a cuestionar lo que se les enseña, no se encuentran en una sociedad que reciba con beneplácito dicha cuestión, mas bien, nos encontramos en una que es reprimidora y recalcitrántemente conservadora.

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