Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

lunes, julio 18, 2005

Vaya pues a veces tenemos buenas noticias, a veces medio malas...

Quizá el negro haya pasado de moda como luto, pero nadie puede sustituir el dolor que causa la muerte de una persona querida.

Pues mi abuelo vivió mucho y vivió bien. 101 años rebasan por mucho las expectativas actuales de vida de cualquier persona y a pesar de ello, luchó en su lecho de muerte hasta que el cuerpo no le dio más. Ayer 17 de julio a las 3 de la mañana dijo adiós a este mundo.

La costumbre es que todos, sin excepción, todos sus familiares estén presentes en su velorio y entierro. Aunque haya que traerlos del otro lado del mundo: Japón, Arizona y Sinaloa. Es de llamar la atención para mí este hecho, pero se respeta al fin y al cabo costumbre. Y es que a estas alturas del partido, creo que tiene algunos tataranietos, la verdad que no tengo ni el gusto de conocerlos, porque además sólo conozco alrededor de la mitad de las personas que componen la familia o mejor dijo parentela.

Pues su cuerpo yace ya en un féretro, su alma pues sepa, se fue, supongo, o quizá todavía no ha partido aún. Me contó mi apá que era muy bueno para cazar animales silvestres: conejos, tigrillos, hasta un jabalí a palazos mató, dice. Mi apá afirma que tenía muy buena puntería, si pretendía matar 20 conejos, sólo 20 balas llevaba y llegaba con 20 conejos. Pero su oficio era pescador, en Mexcaltitán y cerca de las Islas Marías. A mí una vez me contó que iba a pescar cerca de un lugar donde había unas mujeres muy bonitas, desnudas, me dijo, y creo que por ahí tuvo una aventura.

Él alimentó a su familia con animales silvestres y pescado, al menos cuando mi apá era niño, quizá ése sea el secreto de su longevidad, al menos, es una probable hipótesis. Dice mi apá que él lo acompañaba a cazar desde muy pequeño, cargando una 30 30 cada uno, mi apá apenas la podía, tenía 5 o 6 años, me contó. Una vez, se aparecieron unos ojos, como de conejo, entonces mi abuelo apuntó y tiró, y nada, los ojos seguían ahí en el mismo lugar, así sucedió como 6 veces, tiraba y los ojos permanecían ahí, entonces pensaron que era el diablo, por lo que mi abuelo hizo una cruz con la séptima bala y entonces tiró y dio en el blanco, los ojos se apagaron. Dice mi apá que llegaron a su casa bien asustados.

En fin, pues aquí estamos sus descendientes vivitos y coleando, hasta que el destino no disponga otra cosa.

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