Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

lunes, diciembre 07, 2009


Tomada del periódico Frontera.

Este día fue verdaderamente difícil. Mi carro, habiéndose desclochado desde el sábado, provocó que ni siquiera pensara en salir por la mañana para llevar a los niñes a la escuela. Luego mi hermano vino a darme algo a la casa, salí cinco minutos y me empapé. Lo peor era ver y sentir cuando arreciaba el agua. También cuando se fue la luz, no tengo idea de por cuánto tiempo. Pero los niñes tuvieron que hacer uso de su imaginación para no aburrirse: jugaron a hacer casitas y al pictionary. Por supuesto, no dejé que la hermana grande contara historias de terror que al hermano pequeño asustan. Afortunadamente había veladoras en la casa. Por último, casi a las 6 de la tarde, me hablaron del taller para que fuera a recoger el carro. Inmediatamente tomé mi chamarra y salí como rayo, estaba todo oscuro, ya en la calle caminé hacia el boulevard para buscar más fácilmente un taxi, pero que se para un carro, dizque a darme raite, -no gracias, dije, me da pena, no gracias. Ya había visto que el fulano del carro me vio detenidamente, y yo no hice caso, de hecho, dio la vuelta en una esquina para llegar a donde yo estaba. Me di cuenta y seguí caminando. Pasó un taxi libre y me subí. Era una zona bastante amplia donde no había electricidad. Era un caos y todo oscuro, muchas sirenas (¿qué raro verdad?, ¿en Tijuana, sirenas?). Llegué por mi carro y me regresé a mi casa. El mecánico me dijo que tuviera mayor cuidado, que no usaba de forma adecuada el clotch y que por eso tronó. Ni modo. Esta ciudad no está lista para lluvias. El saldo, al parecer dos muertos, varios accidentes automovilísticos y muchas casas inundadas.

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