Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

martes, marzo 25, 2008

Yo no entendía cómo aquello se movía. Era como una masa con moscas atrapadas adentro, que no podía verlas pero que la movían, zumbaban y se tambaleaban. La masa no se quedaba quieta, su movimiento incesante me sacaba de quicio. El médico tuvo que encerrarla en un frasco porque al sostenerla y dejarla sobre la mesa, se cayó. No entendía cómo me habían sacado eso de la cabeza, ni por qué era tan grande, cómo no me la había visto. Tantas veces en el espejo y no había visto nada, sólo sentía el dolor que me impedía voltear al lado derecho. Pero éste ya había cesado. Agradecí al médico la operación en la que no morí y la masa con vida propia ya estaba encerrada y poco a poco iba perdiendo movimiento. Pasaron meses hasta que se detuvo por completo, quedó rígida, con las tipo moscas queriendo salir. Yo visitaba al doctor cada dos semanas, más que para ver el progreso de la cicatriz en mi cabeza, quería estar al tanto de cuándo detenía el movimiento la masa. Sentí alivio cuando la vi rígida. Yo ya no sentía dolor, podía voltear a la derecha y la cabeza no pesaba. Podía dormir tranquilamente. Aunque sabía que era un sueño. De cualquier forma y para estar segura, al despertar fui al espejo a verme y constatar que no había tal cicatriz.

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