Pero la realidad, como el dinosaurio del cuento de Monterroso,
está todavía allí: intacta, bueno, no precisamente intacta, rasguñada; esperando la develación.

Rosario Castellanos

sábado, julio 12, 2008

Hace unos días una inmunda cucaracha de las grandes se metió a mi recámara. Como la casa es pequeñita hay muchas cosas y muebles muy juntos, la cucaracha se escondía cuando quería darle un reverendo zapatazo, era muy rápida la muy desgraciada. Se aprovechaba de que yo adolecía de una fuerte jaqueca y cuando asestaba el golpe, no le atinaba o no era suficiente para morir patas arriba. Mis oídos casi podían escuchar sus carcajadas cada vez que se desvanecía por el piso, abajo de la cama o por los zapatos. Eran como las 12 de la noche. Ya no aguantaba el sueño y sentía que la cabeza se me agrandaba y amenazaba con estallar. Entonces, recurrí a la estrategia. Tuve que permanecer inmóvil, en la puerta, con zapato en mano. Esperar y concentrarme. Dejar que tuviera confianza en sí misma, se descuidara un momento y se dejara ver. Yo estaba atenta a cualquier movimiento, a pesar de mi cabeza. Entonces, sólo fue cuestión de tiempo. Salió, mi predicción no falló y zaz, cayó la maldita. Triunfante dejé el cadáver hasta el día siguiente. Dormí tranquila. El después fue resolver el problema de la jaqueca. Pero sin mascotas.

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