¡Que suenen!, ¡que suenen las campanas!, ¡cuanta tristeza!, ¡cuanto dolor! Ha muerto. Ha muerto y lo enterrarán en el atrio de la iglesia.
-¿quién murió?, preguntó el niño perplejo ante la magnitud del ruido.
-nadie, dijo su mamá.
Ella sólo atinaba a caminar cabizbaja, como sin rumbo en la comitiva toda vestida de negro. Lloraba en silencio. El niño le seguía. Le veía con curiosidad. Volvió a cuestionar:
-¿quién murió?
-tu padre./
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